Mattia pensó que nada bueno había en tener una cabeza como la suya, que con ganas se la habría arrancado y sustituído por otra, incluso por una caja de galletas siempre que estuviera vacía y fuera ligera. Quiso contestar que sentirse especial era una jaula, lo peor que podía pasarle a uno, pero se abstuvo.
Estaban unidos por un hilo invisible, oculto entre mil cosas de poca importancia, que sólo podía existir entre dos personas como ellos: dos soledades que se reconocían.
Paolo Giordano, La soledad de los números primos.
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