Yo veo lo que nadie ve, dijo él semanas después, con los ojos cerrados sobre la cama sin mantas. ¿Y qué ves?, le pregunté. Le miré a los ojos. Un hombre que se encontraba más a gusto entre ruinas que entre cimientos, cuyos momentos más felices solían coincidir con sus mayores errores, que un día se despertó en la cama junto al hombre que odiaba, y que se sentía cómodo en el rencor bien administrado.
Que empezaré a quererte cuando tú me odies, dijo.
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