Todos podemos pedir un deseo al año, al soplar las velas en nuestro cumpleaños. Algunos insaciables incluso más: con las pestañas, en las fuentes, al ver una estrella fugaz… y de vez en cuando, por casualidad o gracias al destino, alguno se cumple.
Deseamos cosas.
Porque las necesitamos, porque es algo que siempre hemos querido, porque no podemos estar sin ello, por avaricia. El caso es que la ilusión nos hace estar vivos.
Cuando es algo que consideramos prácticamente imposible sentimos que si no lo deseamos no estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano por intentar tenerlo. A eso se le llama consuelo...
Si es algo improbable, con el deseo nace la posibilidad. El eterno quizás. La esperanza.
Sin embargo si es algo que puede pasar en cualquier momento, el simple deseo es un aliciente para nuestra felicidad. Porque vivimos con la inquietud de que ese día podría ser y eso nos mantiene alegres y positivos.
Tenemos miedo y hay momentos en que sabemos que pedimos demasiado. Pero seguimos teniendo deseos porque, a veces y solo por un segundo, se hacen realidad…
No hay comentarios:
Publicar un comentario