Mi indiscutible príncipe de ojos claros. Pequeño ángel caído al que solo le faltan las alas, que canta con las esperanza de que eso le devuelva al perfecto cielo del que pertenece. El que se eleva del suelo cada vez que consigue entonar una nota.. El que anhela sentarse en la curva de una luna creciente y así poder cantar hasta que el mundo se acabe.
Amarte es quedarse corto. Eres todo voz. Rota, nasal, totalmente inconfundible.
Voz y alma compleja. Voz y sonrisa caída, cálida y sincera. Voz y corazón..
En mi mente te represento hermoso y sentimental. Sentado en una butaca negra, enorme, mientras llueve y las gotas retumban contra la ventana. Tú estás totalmente a oscuras, iluminado tan solo por el reflejo de la luz externa que produce el cristal de la copa que reposa vacía en el suelo.
Fumas tumbado. Delgado y precioso, con las rodillas dobladas sobre uno de los brazos de tu asiento. Dejas caer una mano para jugar con la moqueta del suelo, acariciando el pelo color verde moho. Te rodean montones de partituras emborronadas por trazos de pluma negra. Te sumerges feliz en las evidencias de tu talento esperando paciente, con tus iris celeste fijos en el infinito, la inspiración que llegará de un momento a otro.
Imagino que te levantas, tiras tu cigarro y te apoyas en el borde de un escritorio de madera. Entonces te das cuenta.. sí, ya ha llegado. La música resuena en tus oídos como si la orquesta estuviera ahí mismo, a tu lado. Las notas trepan frenéticas por la garganta. Gritan. Te lo dicen una a una. Suplican: quieren salir, liberarse. Decides dejarlas marchar. Cierras los ojos, coges aire, suspiras.. y te echas a volar..
Querido Brian: necesito verte.