Lo haces muy bien. Tus ojos rojos apenas logran apreciarse... como un camaleón entre el humo de la marihuana. El mismo que respira ella, que se cuela en su mirada, bajo sus uñas, que impregna sus bucles color café y su metro sesenta de arrogancia. Era incomprensible para todos pero ansiabas tanto poder formar parte de su universo hecho a base de papel de liar…
Hace mucho tiempo que dejaste la poesía a un lado. Y eras bueno, capaz de apreciar lo verdaderamente hermoso. Te amaba y admiraba. Eras una referencia para mí. Recuerdo palabra a palabra nuestras charlas porque todavía las considero algo de lo que estar orgullosa. Tenía trece años y me pasaba horas pegada al teléfono, escuchando tus monólogos atenta, absorbiendo todo lo que me decías como una esponja. Tomaba ejemplo de tus experiencias. Aprendí un millón de cosas de quien fuiste alguna vez… pero su manera de vivir te absorbió por completo. Te diste cuenta que es mejor moverse a base de impulsos y corrupción. Viste la solución a todos tus problemas basándote en el dicho de que no el amor, si no el dinero, mueve montañas. ¿Es eso? Porque me da auténticos quebraderos de cabeza intentar comprenderte. Supongo que te hará sentir diferente y superior manejar vicios ajenos. ¿Que haya personas que tengan que depender de ti de esa manera es… excitante? Ah, claro, el subidón que te proporciona el poder debe ser incomparable. Ahora te crees una persona excepcional, ¿no? ¿Estás ciego? De acuerdo: consigues que los leones, los reyes de la selva en la que te mueves, sean sumisos ante ti. ¡Pero solo porque tienes esos gramos, esa basura, eso a lo que vosotros llamáis deleite en polvo! Ellos están a tus pies y tú sonríes malévolo. El ego te sube hasta las nubes. Dejas de preocuparte, ya no le temes a nada ni a nadie. Conoces tus armas y que puedes manipular y humillar a tu antojo. ¿Pero sabes qué pasa? Que eso solo lo ves tú. A los ojos de los demás eres un estúpido inconsciente que se ha dejado llevar por un consuelo de ignorantes. Gracias a Dios a mí no puedes engañarme. Bajo ese disfraz de indiferencia y chulería que detesto, que me cuesta tanto aceptar, que no consigo comprender, sigues estando tú... ¿pero en qué te has convertido? Has dejado de ser el adolescente soñador, la alegría personificada, una de las personas más importantes de mi vida. Nadie, excepto los de tu misma clase, te considera ni volverá a considerarte el alma de la fiesta o el chico con el que todos cuentan a la hora de hacer planes. Ha desaparecido quien con una sonrisa de oreja a oreja construía castillos en el aire convencido de que se harían realidad. Tú no me invitarás a comer una tarde más ni me incitarás a pasarme la mañana tumbada en tu regazo mientras cavilas en voz alta sobre un futuro cercano. No queda ni rastro del Alberto carpe diem. Ya no te reconozco…
Siempre has sido débil. Siempre un artista frágil, corazón de cristal. Con todos mis respetos estrella de los ochenta: todavía te aprecio muchísimo y lo haré pase lo que pase. Pero esconderse y aparentar nunca ha solucionado las cosas.
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