Cometes un grandísimo error confiando en tus tácticas ¿sabes? Tus insultos, tu desprecio, tu fingida indiferencia, todo eso no hace otra cosa que avivar el fuego. Alimentas mis ganas de luchar con tu estúpida arrogancia. Entiéndelo, son las hormonas. ¿No era esa la razón de mi inexplicable y anormal manera de pensar? Las mismas que me hacen amar de esa extraña manera que tú no logras comprender ahora piden a gritos que eleve la voz y me reafirme.
Desde siempre habéis intentado enseñarme que no se debe judgar un libro por su portada, que la verdadera belleza está en el interior. Bien, entonces ¿cómo explicas tu repentina aversión? ¿Es que acaso la edad no es más que otra tapadera superficial para lo que se esconde dentro? Claro, es muy fácil hablar basándose en creencias populares. Aparente cara de ángel dedicado en cuerpo y alma a las vetustas páginas de libros milenarios, ¿quién te iba a decir a ti que tu hija sería de esas, verdad? No lo creerías ni aunque el mejor de los adivinos lo hubiera predicho. Y si lo supieras, si hubieras tenido la certeza de que era verdad, estoy segura de que habrías puesto todos los medios que hubieran estado en tu mano para evitarlo.
¿Cómo concebir algo así? Oh, socorro: algo fuera de lo común.
En realidad me gustaría pensar que tras haberte plantado cara todo lo demás será pan comido, pero me temo que habrá que llamarlo por su nombre: guerra.
Porque lo has conseguido ¿estás contenta? Me tienes dispuesta a pelear.
Y porque por mucho que te pese estoy orgullosa de quien soy.. .
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