Él, alma perdida, ha vuelto demasiado temprano esta noche. La llamada que ha recibido mientras se evadía del mundo, fumando codo con codo con uno de sus mejores amigos, le ha dejado completamente hecho polvo. Camina por el piso deshaciéndose con violencia de la camisa que de modo repentino le resulta asfixiante. Sigue indiferente con la mirada el recorrido de los botones que saltan suicidas desde su pecho. Ha rasgado una de las mangas. - La verdad es que era una camisa cara.... Pero no le importa en absoluto. Y sospecha con miedo que ya no le importa nada. Se descalza y sube a zancadas las escaleras hacia su cuarto. Le echa un vistazo al reloj. La adrenalina que le corre frenética por las venas, nublándole la vista, hace que se sienta incapaz de enfocar los objetos con claridad. Las manecillas se le antojan tan diminutas que no consigue leer la hora. -Joder. Vamos, Jun. Los latidos de su corazón le taponan la garganta. Decide calmarse: inspira, expira. Arrastra los pies y se tira boca abajo sobre la cama. La humedad de la colcha se le clava al instante en la espina dorsal. Realmente hacía mucho que no se pasaba por casa. Huele a cerrado, a viejo, a polvo. Siente que se le revuelve el estómago, todavía no puede creer la noticia que le ronda incesante la cabeza. Habla consigo mismo. Le reprocha a su propia conciencia. -Pero ¿de qué te quejas, eh? Ha hecho lo que le ha dado la gana, exactamente igual que tú. No tienes derecho a que te duela. Sabes de sobra que no tienes derecho a nada.. Pero solloza. De modo inevitable. Y acto seguido se siente pequeño, insignificante. En silencio, se encoge, tirando con las rodillas de todas las mantas que cubren el inmenso colchón. -Él era mi vida, piensa. Y al segundo siguiente, rectifica, sacudiendo la cabeza. -Todavía lo es... Suspira. Odia con todas sus fuerzas sentirse vulnerable, y, aunque está solo, no puede evitar preguntarse qué dirían los que le respetan si le viesen así. Reflexiona en voz alta. -Tú te lo has buscado, te has comportado como un hijo de puta sin sentimientos. Se muerde el labio, cierra los ojos. Las verdades escuecen. -Buscabas independencia ¿no es eso? En el fondo sabes que sí, dolía tanto estar peleados, verle malhumorado a diario... no lo soportabas, las cadenas que decidísteis poneros empezaban a pesar. Y ¿qué hiciste? Era tan sencillo. Huir... Se maldice en silencio una y otra vez, gritando contra la almohada. - Cobarde, cobarde, cobarde... Le duele la garganta, mucho. La garganta, el corazón, cada órgano de su cuerpo. Siente que las alas que crecieron cuando se marchó de su lado han comenzado a ser inútiles e innecesarias. No quieren estar más ahí, porque la libertad no sirve de nada si no la comparte con él. Rompe a llorar. Qué más dará. Sus acciones pasadas le mortifican. Y aunque trata de serenarse, su cuerpo tiembla con violencia. Le resulta imposible no pensar cómo sería contemplarlo mecido entre los brazos de otro. Aprieta con tanta fuerza los dientes que comienza a sentir un dolor punzante en la mandíbula. Eso es lo que le han dicho: le han visto con otra persona. Aseguraban que se besaba con su nuevo amante como si el pasado para él ya se hubiese esfumado. No lo soporta, no quiere pensarlo, desearía vivir en la ignorancia... pero sabe que si así fuera se sentiría incluso peor. Lo que ocurre es que no comprende cómo ha podido pasar página tan rápido. Porque él, sin embargo... -Si llegase a enterarse.. murmura para sus adentros. Lleva una mano a tientas hasta su rostro, retirando con la palma de esta cualquier rastro de ese estúpido y repentino llanto. Se da la vuelta hasta quedar mirando hacia el techo. Una mancha oscura, tal vez de moho, se ha instalado en la esquina que forma este con una de las paredes de la habitación. Consigue fijarse en las motas más negras un par de segundos, pero los pensamientos vuelven a agolparse en su cabeza. Se da cuenta de algo. En realidad, quiere que lo sepa, le da igual el por qué. Se siente egoísta, pero le resulta indiferente. Por completo. Tan solo necesita que conozca su verdad, lo que decida hacer a partir de entonces será otra historia. Coge aire con fuerza: -¿Cómo decírselo? La última vez que se decidió a hablar con él resultó un completo desastre. Sabe que dará igual lo que alegue, no le creerá. Es perfectamente consciente: -El precio de la mentira, las putas consecuencias de tus propios actos... gruñe para si, pasándose las manos por el rostro, frustrado. -¿Cómo confesarle que desde que se fue, no he sido capaz...? No, detente. -No nos engañemos... Abre los ojos de golpe, incorporándose a la vez para caminar hacia la terraza. Necesita distraerse. -Vale, si, de acuerdo... no podría volver a mentirle. Quizás algunos besos furtivos de madrugada, ¿para qué negarlo? No soy de piedra, no puedo evitar sentir cosas... Asiente, separando tras pequeños forcejeos con las manillas las dos puertas que conforman la ventana. Se apoya en el marco de esta, con todo su peso sobre los brazos. El rostro le cuelga hacia abajo entre ellos, los tupidos mechones de pelo negro ocultan sus facciones. Entonces, tensando los músculos de las manos, clavando las uñas en la madera, lo admite. En voz alta. No he vuelto a tocar a nadie. Y mucho menos, a dejarse tocar. El más mínimo roce que él no haya solicitado antes le resulta repulsivo. Sonríe, se le viene a la cabeza lo que le dijo un gran amigo al que fue capaz de contárselo: "Si no lo haces, es porque le quieres de verdad" Y así, por un débil instante, se siente orgulloso de sí mismo. También recuerda como llegó a darse cuenta de que nunca más podría volver a hacerlo. Aquella chica, hacía apenas unas semanas:
Ella le había invitado a pasar la tarde a su lado. Y por no sentirse solo, él aceptó. Era francamente hermosa. Ojos grandes, sonrisa amplia, bonita, franca. Habladora, mucho, y no demasiado inteligente... para ser sinceros, apenas tenía conversación. Se dedicaba a soltar risitas agudas mientras cruzaba las piernas una y otra vez sobre el sofá. Compartían en la intimidad de su piso un par de chocolates calientes. Él, bloqueado, rígido de pies a cabeza, observaba su taza de reojo. Sobre esta flotaba una suave nube de nata que no tardaría en fundirse. Ella, al verle así, creyendo que era lo que esperaba, se la ofreció.
-No, no, gracias... se me ha quitado el apetito - dijo. Y no era ninguna excusa barata: en cuanto el olor subió por su nariz y llegó a la garganta, esta se cerró. Así, sin más. Eso era... nuestra relación olía a dulce. A chocolate... Basta, por piedad. Demasiadas sensaciones... en ese momento volvía la imagen de ellos dos en la cocina, riendo despreocupados, observando cómo sus tazas daban vueltas en el interior del microondas. Era de madrugada, ese noche había podido quedarse con él hasta tarde. Al día siguiente no tenía que trabajar y se sentía exultante de alegría por poder dormir a su lado. Le observaba apoyado de espaldas sobre la encimera que rozaba justo el final de su espalda. Compartían sus pensamientos, dialogaban abiertamente. Ni un solo ápice de vergüenza en la voz.
Imaginaban con todo lujo de detalles una vida despreocupada, tan solo ellos dos y su mundo. Su burbuja…
El interior del electrodoméstico emitía una suave luz que se mezclaba con la apenas inexistente claridad que entraba por la ventana. Hacía que resaltasen todavía más sus finos rasgos. La sombra de su nariz tapaba parte de su labio inferior, cada vez que desviaba la mirada se proyectaba el dibujo de sus pestañas sobre los pómulos. Los mechones más largos de su pelo le caían a ambos lados de la cabeza, como una cascada, rozándole las sienes. Su sonrisa se convertía en algo sobrenatural, hermosísima hasta el dolor. Estaban tan cerca el uno del otro que cuando reía podía apreciar el dulce aroma de su aliento. Fresco, alegre, sincero. Le dedicaba sus gestos más exquisitos. Se comían con la mirada...
- Oppa, ¿qué ocurre, estás triste? - preguntó con voz melosa, y él la fulminó con la mirada. Había estropeado su fantasía. - Mizu-chan te animará... - Y se acercó. Se había situado peligrosamente cerca desde el principio, y a pesar de que él no daba signo alguno de corresponderla, lo hizo. Inclinó el cuerpo hacia delante hasta poder besarle. Le pilló desprevenido, así que no pudo hacer otra cosa que cerrar los ojos de modo instintivo. Se dejó llevar: su aliento era cálido, se pegaba a su boca cada vez que cogía aire para respirar. Caray, el corazón le latía muy rápido, pudo verlo en sus ojos. Temblaba. Sus labios eran suaves, esponjosos, tiernos... Tanto que durante una milésima de segundo se camuflaron con sus recuerdos, haciéndole dudar de la realidad en la que se encontraba. Qué suspicaz era aquella muchachita, logró mezclarse con su imagen mental. Pero aquellos no eran los besos a los que estaba acostumbrado…
Mientras le daba vueltas a esto, su pequeña acompañante ya había conseguido sentarse sobre él. Deslizaba un dedo insinuante por el cuello de su camisa. Ladeaba la cabeza devorándole con ansia. Mordía, succionaba, observaba con notable atención los escasos efectos de sus actos sobre él. Qué graciosa, le ardían las mejillas. Preciosa, inconsiente, paseó una mano por su pecho hasta llegar a su vientre. Comenzó a desabrochar a tientas su cinturón. Entonces él abrió los ojos, reaccionó. - No pensó - de eso nada, detente. No eres él. ¿Quién te has creído?
- ¡Aléjate, no me toques! - Chilló, histérico. Y acto seguido se sorprendió sentado en la esquina contraria del sofá, frunciendo el ceño, realmente molesto, dispuesto a levantarse – Disculpa, me voy.
Esboza una media sonrisa cargada de tristeza, vuelve a sentir cómo se le encoge el corazón. - Maldita sea.
Entreabre los ojos cuando un rayo de sol le golpea los párpados, viéndose obligado a abrir estos, preguntándose qué hora será. Balbucea rezando porque le escuche. - Me arrepiento a diario... dice sabiendo que suena afligido, aunque su sinceridad ya no es creíble, al menos no a sus ojos…
Con qué facilidad podría haberle hecho feliz. Tan solo cambiando su modo de actuar, tan solo frenándole los pies a un par de personas. ¿Acaso era tan complicado? Niega, llevándose ambas manos a la cabeza, despeinándose, resoplando. No era consciente de la parte amarga de ese plan que aparentaba ser perfecto... Cómo aborrece lo que un día le dijo al amanecer. "Vamos, ódiame. Te he hecho mucho daño, recuérdame como la peor persona a la que has conocido. Quizás así vivas tranquilo."
Se para en seco con la mirada fija en un punto cualquiera del suelo. Piensa: en realidad, lo ha conseguido. Le odia, le ha olvidado, es feliz con otra persona. Lo que no podría haber imaginado es que sería tan doloroso reconocerlo. Las lágrimas regresan, y esta vez se siente sin fuerzas para luchar contra ellas. Simplemente permite que rueden libres por sus mejillas. Jun, te has dado de cabeza contra la aplastante realidad. - Nadie... nadie será capaz de reemplazarle… admite con un hilo de voz que sale todo lo firme que puede de su boca. Ya ni se esfuerza en pronunciar bien, han vuelto a invadirle los recuerdos. No hay nada que hacer. Así que se deja caer en el suelo.
La textura de su pelo, el perfume picante de cada pedacito de su piel de porcelana... sus suspiros, que parecían eternos cuando estaba disgustado. Su mirada al despertar. La manera en que fruncía los labios al ponerse en desacuerdo. El olor a tabaco que inundaba la habitación cuando se enfadaba, tan irritante, pero tan dulce al mismo tiempo... Decía que no le merecía. - Qué equivocado estabas, pequeño... Era él quien tenía suerte de estar a su lado. - Oh, vamos... Al principio, cuando por recelo no quería confiar en él y le costaba la vida confesar sus errores del pasado. Cómo valoró que lo hiciera, que finalmente se abriese, nunca supo lo que le hizo sentir ese esfuerzo por su parte… - Mierda... se siente desaparecer.
Aquellas tardes en que se evadían por completo, en las que no se necesitaban más que el uno al otro. Nada más que sus caricias y sus conversaciones, a menudo carentes de sentido, que le teletransportaban a un universo a parte donde solo existían ellos dos. Qué decepcionante pensar que ahora todo lo que le dijo en su momento le parece mentira… ¿cómo iba a mentirle cuando confesaba abiertamente que su única aspiración era hacerle feliz...? Jamás le había dicho algo así a nadie, jamás lo volverá a repetir. El tiempo que pasó junto a él fue tan único y especial como la primera vez que le pidió que le amase…
Se estremece. Mal augurio. No, no vengáis, por favor… pero vienen, cubiertos por la neblina de lujuria característica que los envuelve.
Él. Él y sus gemidos, su cadera chocando incesante contra la suya, la humedad de su lengua que se conocía a la perfección cada hueco de su boca. Eso sí que será imposible de borrar, haga lo que haga. Porque la magnitud de lo que sentía, de lo que siente, sobrepasa todos los límites. Porque son incontables las veces que le hizo suyo, completamente suyo, hasta que no supo decir más que su nombre, hasta que no le quedó más remedio que abandonarse al placer más instintivo, a la excitación inmediata que el simple roce de cuerpo le provocaba.
Duele, duele muchísimo, demasiado. Si se concentrase lo suficiente podría apreciar cada rasguño de su corazón.
Alto. La bocanada de aire que ha cogido tras dejarse llevar por esa oleada de viejas sensaciones ha traído consigo una nueva imagen. Recuerdo difuso. Trata de enfocar mentalmente... si, no hay duda. Sonríe, la conoce como a la palma de su mano. Ha convivido con ella desde hace semanas, aferrándose con desesperación a todos los detalles que la forman. Es la única que ha permitido que se cuele mientras intenta olvidarle. Reúne los pedacitos hasta darle movimiento.
Es él, tras un duro día de trabajo. A pesar de estar cansado ha corrido al recibidor hasta alcanzarle en cuanto ha escuchado el sonido de la puerta, enganchándose a su cuerpo con pies y manos. Y el que es víctima de tal recibimiento solo puede tratar de sujetarle para evitar que se caiga, mientras piensa que no puede imaginarse cuanto le quiere.
Se balancea, ladeando el flequillo rubio ceniza de un lado a otro. Ha rodeado su cuello con los brazos. La chaqueta le cae holgada espalda abajo, recuerda vagamente el sonido de la cremallera chocando contra las tachuelas de su cinturón.
Habla, pero no le escucha, demasiado preocupado por deleitarse con su mirada. Necesitaba tanto estar a su lado...
Su marido comenta intrascendencias de la vida diaria mientras juguetea con sus labios entre beso y beso. De vez en cuando, ríe entre ellos. Y de golpe, al apreciar el por qué del desinterés de su espectador, se para, ampliando aún más esa sonrisa traviesa. Baja la voz, tira de él en silencio. Espera despertar su curiosidad, lo sabe. Y al final consigue hacer que enarque una ceja intrigado. ¿Qué se traerá entre manos...?
Suelta una risita, su plan ha dado resultado. Estira esos segundos un poco más hasta que su propia impaciencia le obliga a hablar, bajando la voz junto con los párpados, que tiemblan tímidos sobre sus pupilas.
Vamos, dilo, dilo ya...
Y lo dice. Y él no contesta, pero siente que le flaquean las rodillas, que se le acelera el pulso, que se deshará entre sus brazos de un momento a otro.
Lo repite, cuanta crueldad.
Pero esta vez es el oyente quien suplica. ¡Venga! Y se lo pide. Vamos... una vez más.
-Dímelo...
-Te amo.
Y una vez más, alguien se equivoca. No todos somos tan superficiales, nadie ha rehecho su vida, y por desgracia seguramente no sea capaz de hacerlo nunca. ¿Amantes? Todos los del mundo, después de todo necesita algo con lo que aferrarse a seguir viviendo, pero nunca más ha vuelto a decir un te amo, y nunca más lo dirá...
ResponderEliminarDios...
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