La noticia estaba muriéndose, se estaba quedando sin oxígeno. Mi madre vivió en su vida muchos bulos sobre amantes, sobre su carácter profesional tiránico (aunque eso no fuerra falso) y sobre su muerte.
Creo que la mataron cuatro veces en su vida. Ella siempre me decía que aquello la rejuvenecía, que le servía para hacer balance de su vida.
Solía comentar que era como una autopsia en vida. Ella creía mucho en este tipo de autopsia...
Con dieciséis años me habló de las autopsias sexuales. Me contó que estaría bien que cada cinco años nos practicaran una. Que nos quedáramos muy quietos y alguien nos dijera qué parte de nuestro cuerpo no había sido acariciada; cuántos besos habíamos recibido; si había sido más querido una mejilla o una ceja o una oreja o los labios.
Una autopsia en toda regla, pero con nosotros vivos, aunque inmóviles.
Ella se lo imaginaba y le gustaba pensar que alguien, tan sólo mirando nuestros dedos, supiese si habían tocado con pasión o simplemente por rutina. Si nuestros ojos habían sido mirados con deseo o nuestra lengua había conocido a muchos congéneres. Además, podríamos saber cuáles fueron nuestros mejores actos sexuales, al igual que en un tronco cortado vemos cuándo soportó grandes lluvias o sequías. Quizá a los diecisiete, a los treinta, a los cuarenta y siete. Quizá siempre en primavera o casi siempre cerca del mar.
¿Cuántos mordiscos, cuántos susurros, cuántos chupetones hemos sentido? Un cómputo de números sobre nuestro sexo, nuestra lujuria, nuestro placer solitario.
Y según ella, lo mejor era que cuando acabase esa autopsia sabríamos que estábamos vivos, que podíamos mejorar y lograr que nos acariciasen, que deseáramos, que amáramos y nos amasen.
Creo que la mataron cuatro veces en su vida. Ella siempre me decía que aquello la rejuvenecía, que le servía para hacer balance de su vida.
Solía comentar que era como una autopsia en vida. Ella creía mucho en este tipo de autopsia...
Con dieciséis años me habló de las autopsias sexuales. Me contó que estaría bien que cada cinco años nos practicaran una. Que nos quedáramos muy quietos y alguien nos dijera qué parte de nuestro cuerpo no había sido acariciada; cuántos besos habíamos recibido; si había sido más querido una mejilla o una ceja o una oreja o los labios.
Una autopsia en toda regla, pero con nosotros vivos, aunque inmóviles.
Ella se lo imaginaba y le gustaba pensar que alguien, tan sólo mirando nuestros dedos, supiese si habían tocado con pasión o simplemente por rutina. Si nuestros ojos habían sido mirados con deseo o nuestra lengua había conocido a muchos congéneres. Además, podríamos saber cuáles fueron nuestros mejores actos sexuales, al igual que en un tronco cortado vemos cuándo soportó grandes lluvias o sequías. Quizá a los diecisiete, a los treinta, a los cuarenta y siete. Quizá siempre en primavera o casi siempre cerca del mar.
¿Cuántos mordiscos, cuántos susurros, cuántos chupetones hemos sentido? Un cómputo de números sobre nuestro sexo, nuestra lujuria, nuestro placer solitario.
Y según ella, lo mejor era que cuando acabase esa autopsia sabríamos que estábamos vivos, que podíamos mejorar y lograr que nos acariciasen, que deseáramos, que amáramos y nos amasen.
Albert Espinosa, Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario