-¡Eh! ¿Quién te la ha regalado?
-¿Fabio?
-¿Lo está intentando de nuevo?
-Sí, sí, él. Una rosa... ¡si acaso un cardo seco!
Y todas a reírse. Y yo, todavía sin decir nada, la dejaría allí toda la mañana. Después, a última hora, arrancaría uno a uno los pétalos y, con un rotulador azul, escribiría letra a letra, una sola en cada pétalo, la frase de aquella canción tan bonita: "Entre los obstáculos del corazón hay un principio de alegría que me gustaría merecer...", y después tiraría los pétalos por la ventana. Podría ser que alguien los encontrase. Que volviese a ponerlas en orden. Que leyese la frase. Y que me viniese a buscar...
Federico Moccia, Perdona si te llamo amor.
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