Lo esencial es invisible a los ojos.

viernes, 22 de octubre de 2010

- ¿Qué intentas decirme, Alex, que tienes miedo? Nunca sabemos nada de nosotros, del amor, del futuro. Tiene razón Lucio: sólo viviendo lo sabremos. ¿Qué puede haber más hermoso?
Alessandro mueve ligeramente la cabeza.
- Uno de los dos se hará daño. La diferencia de edad es demasiado grande.
- ¿Y tienes miedo de ser tú el que se haga daño? ¿Crees que para mí es solo una aventura? Es más fácil que sea así para ti, lo dicen todas mis amigas...
Alessandro extiende los brazos.
- ¡Eh! ¡No sabía que les gustase tanto! Si es por eso, también mis amigos lo dicen.
- ¿Qué te dicen?
- Diviértete lo que puedas, antes de que ella se canse.
- Por supuesto, todos están casados, tienen mujer, algunos hasta hijos, y llevan mal este momento tuyo, porque también a ellos les gustaría vivirlo. Alex, el que tiene miedo de decidir eres tú. En mi opinión, es solo una cuestión de miedo.
- ¿Miedo?
- Miedo a amar. Repito, ¿qué puede haber más hermoso? ¿Qué riesgo mayor vale la pena correr? Con lo bonito que es entregarse a la otra persona, confiar en ella y no pensar en nada más que en verla sonreír.
- Sí, es muy hermoso. Pero entre nosotros hay veinte años de diferencia.
Niki se saca del bolsillo un folio.
- Vale, ya sabía que antes o después acabaría saliendo el tema. Por eso estoy preparada. Aquí está... Tom Cruise y Katie Holmes, Luca Cordero di Montezemolo y Ludovica Andreoli, Woody Allen y Soon-Yi, Pierce Brosnan y Keely Shaye Smith... están también todos los que tienen la misma edad o casi, que se llevan uno o dos años, e igualmente se han separado. Pero ¡esta lista no cabía ni en un camión! - Niki coge el papel y lo tira en el asiento de atrás- Ya sabía yo que algún día me serviría, pero esperaba que no fuese así. El amor más hermoso es un cálculo equivocado, una excepción que confirma la regla, aquello para lo que siempre habías utilizado la palabra nunca. Qué tengo que ver yo con tu pasado, yo soy una variable enloquecida de tu vida. Pero no voy a convencerte de ello. El amor no es sabiduría, es locura...
Alessandro le acaricia el pelo con dulzura, se lo aparta de la cara. Luego le sonríe. Y vuelve a cantar.
- Deseo tanto que seas sincera... - Y la besa. Un beso lento, suave, que quisiera poder hablar, decirlo serenamente todo, bastante, demasiado. Tengo ganas de enamorarme, Niki, de amar, de ser amado, quiero un sueño, quiero construir, quiero tener certezas. Intenta entenderlo. Necesito olvidar todo cuanto sucedió en esos veinte años pasados sin ti. ¿Todo esto lo sabe decir un beso? Depende de lo ligeros que sean los labios que lo reciben...


Federico Moccia, Perdona si te llamo amor.

jueves, 21 de octubre de 2010

- Para ser sincero, de vez en cuando me pregunto por qué razón di ese paso hace veinte años.
- ¿Te arrepientes?
- No es eso, pero... - la mira con recelo - ¿no será que me diste a beber algún mejunje para que yo te hiciese tan insólita y preocupante petición? Si no, no se explica.
- Te odio. Me has ofendido. Mañana saldré en serio. Y no para hablar, si no para ir de compras, y de las de verdad. El palo que le vamos a dar a tu tarjeta de crédito será tan fuerte que tendrás que fugarte con el director del banco.
- Vaya, como aquellos dos de Brokeback Mountain.
- Sí, sólo que vosotros dos no os refugiaréis en Wyoming; como mucho en Pescasseroli, y endeudados hasta el cuello.
- Debo hacer constar que esto es un chantaje econónimo.
Está bien, ya hablo. Ya sé por qué me casé contigo - Roberto se da la vuelta, la mira con intensidad y se queda unos instantes en silencio, para crear suspense. A continuación, le sonríe.
- ¿Y bien? Me estás poniendo nerviosa.
- Es muy simple. Un verbo conjugado en tres tiempos.
- ¿Qué? No lo entiendo.
- Te amaba. Te amo. Te amaré....


Federico Moccia, Perdona si te llamo amor.

lunes, 18 de octubre de 2010

Buenos días, mundo. Niki se despereza. ¿Me haces un regalo hoy? Me gustaría levantarme de la cama y encontrarme una rosa. Roja no. Blanca. Para escribir en ella como si fuese una página nueva. Una rosa dejada por alguien que piensa en mí y a quien todavía no conozco. Lo sé. Un contrasentido. Pero me haría sonreír. La cogería y me la llevaría al instituto. La dejaría apoyada en el pupitre, sin más, sin decir nada. Las Olas se acercarían llenas de curiosidad.

-¡Eh! ¿Quién te la ha regalado?
-¿Fabio?
-¿Lo está intentando de nuevo?
-Sí, sí, él. Una rosa... ¡si acaso un cardo seco!

Y todas a reírse. Y yo, todavía sin decir nada, la dejaría allí toda la mañana. Después, a última hora, arrancaría uno a uno los pétalos y, con un rotulador azul, escribiría letra a letra, una sola en cada pétalo, la frase de aquella canción tan bonita: "Entre los obstáculos del corazón hay un principio de alegría que me gustaría merecer...", y después tiraría los pétalos por la ventana. Podría ser que alguien los encontrase. Que volviese a ponerlas en orden. Que leyese la frase. Y que me viniese a buscar...


Federico Moccia, Perdona si te llamo amor.

domingo, 17 de octubre de 2010

jueves, 14 de octubre de 2010

つかさ.

Él, alma perdida, ha vuelto demasiado temprano esta noche. La llamada que ha recibido mientras se evadía del mundo, fumando codo con codo con uno de sus mejores amigos, le ha dejado completamente hecho polvo. Camina por el piso deshaciéndose con violencia de la camisa que de modo repentino le resulta asfixiante. Sigue indiferente con la mirada el recorrido de los botones que saltan suicidas desde su pecho. Ha rasgado una de las mangas. - La verdad es que era una camisa cara.... Pero no le importa en absoluto. Y sospecha con miedo que ya no le importa nada. Se descalza y sube a zancadas las escaleras hacia su cuarto. Le echa un vistazo al reloj. La adrenalina que le corre frenética por las venas, nublándole la vista, hace que se sienta incapaz de enfocar los objetos con claridad. Las manecillas se le antojan tan diminutas que no consigue leer la hora. -Joder. Vamos, Jun. Los latidos de su corazón le taponan la garganta. Decide calmarse: inspira, expira. Arrastra los pies y se tira boca abajo sobre la cama. La humedad de la colcha se le clava al instante en la espina dorsal. Realmente hacía mucho que no se pasaba por casa. Huele a cerrado, a viejo, a polvo. Siente que se le revuelve el estómago, todavía no puede creer la noticia que le ronda incesante la cabeza. Habla consigo mismo. Le reprocha a su propia conciencia. -Pero ¿de qué te quejas, eh? Ha hecho lo que le ha dado la gana, exactamente igual que tú. No tienes derecho a que te duela. Sabes de sobra que no tienes derecho a nada.. Pero solloza. De modo inevitable. Y acto seguido se siente pequeño, insignificante. En silencio, se encoge, tirando con las rodillas de todas las mantas que cubren el inmenso colchón. -Él era mi vida, piensa. Y al segundo siguiente, rectifica, sacudiendo la cabeza. -Todavía lo es... Suspira. Odia con todas sus fuerzas sentirse vulnerable, y, aunque está solo, no puede evitar preguntarse qué dirían los que le respetan si le viesen así. Reflexiona en voz alta. -Tú te lo has buscado, te has comportado como un hijo de puta sin sentimientos. Se muerde el labio, cierra los ojos. Las verdades escuecen. -Buscabas independencia ¿no es eso? En el fondo sabes que sí, dolía tanto estar peleados, verle malhumorado a diario... no lo soportabas, las cadenas que decidísteis poneros empezaban a pesar. Y ¿qué hiciste? Era tan sencillo. Huir... Se maldice en silencio una y otra vez, gritando contra la almohada. - Cobarde, cobarde, cobarde... Le duele la garganta, mucho. La garganta, el corazón, cada órgano de su cuerpo. Siente que las alas que crecieron cuando se marchó de su lado han comenzado a ser inútiles e innecesarias. No quieren estar más ahí, porque la libertad no sirve de nada si no la comparte con él. Rompe a llorar. Qué más dará. Sus acciones pasadas le mortifican. Y aunque trata de serenarse, su cuerpo tiembla con violencia. Le resulta imposible no pensar cómo sería contemplarlo mecido entre los brazos de otro. Aprieta con tanta fuerza los dientes que comienza a sentir un dolor punzante en la mandíbula. Eso es lo que le han dicho: le han visto con otra persona. Aseguraban que se besaba con su nuevo amante como si el pasado para él ya se hubiese esfumado. No lo soporta, no quiere pensarlo, desearía vivir en la ignorancia... pero sabe que si así fuera se sentiría incluso peor. Lo que ocurre es que no comprende cómo ha podido pasar página tan rápido. Porque él, sin embargo... -Si llegase a enterarse.. murmura para sus adentros. Lleva una mano a tientas hasta su rostro, retirando con la palma de esta cualquier rastro de ese estúpido y repentino llanto. Se da la vuelta hasta quedar mirando hacia el techo. Una mancha oscura, tal vez de moho, se ha instalado en la esquina que forma este con una de las paredes de la habitación. Consigue fijarse en las motas más negras un par de segundos, pero los pensamientos vuelven a agolparse en su cabeza. Se da cuenta de algo. En realidad, quiere que lo sepa, le da igual el por qué. Se siente egoísta, pero le resulta indiferente. Por completo. Tan solo necesita que conozca su verdad, lo que decida hacer a partir de entonces será otra historia. Coge aire con fuerza: -¿Cómo decírselo? La última vez que se decidió a hablar con él resultó un completo desastre. Sabe que dará igual lo que alegue, no le creerá. Es perfectamente consciente: -El precio de la mentira, las putas consecuencias de tus propios actos... gruñe para si, pasándose las manos por el rostro, frustrado. -¿Cómo confesarle que desde que se fue, no he sido capaz...? No, detente. -No nos engañemos... Abre los ojos de golpe, incorporándose a la vez para caminar hacia la terraza. Necesita distraerse. -Vale, si, de acuerdo... no podría volver a mentirle. Quizás algunos besos furtivos de madrugada, ¿para qué negarlo? No soy de piedra, no puedo evitar sentir cosas... Asiente, separando tras pequeños forcejeos con las manillas las dos puertas que conforman la ventana. Se apoya en el marco de esta, con todo su peso sobre los brazos. El rostro le cuelga hacia abajo entre ellos, los tupidos mechones de pelo negro ocultan sus facciones. Entonces, tensando los músculos de las manos, clavando las uñas en la madera, lo admite. En voz alta. No he vuelto a tocar a nadie. Y mucho menos, a dejarse tocar. El más mínimo roce que él no haya solicitado antes le resulta repulsivo. Sonríe, se le viene a la cabeza lo que le dijo un gran amigo al que fue capaz de contárselo: "Si no lo haces, es porque le quieres de verdad" Y así, por un débil instante, se siente orgulloso de sí mismo. También recuerda como llegó a darse cuenta de que nunca más podría volver a hacerlo. Aquella chica, hacía apenas unas semanas:

Ella le había invitado a pasar la tarde a su lado. Y por no sentirse solo, él aceptó. Era francamente hermosa. Ojos grandes, sonrisa amplia, bonita, franca. Habladora, mucho, y no demasiado inteligente... para ser sinceros, apenas tenía conversación. Se dedicaba a soltar risitas agudas mientras cruzaba las piernas una y otra vez sobre el sofá. Compartían en la intimidad de su piso un par de chocolates calientes. Él, bloqueado, rígido de pies a cabeza, observaba su taza de reojo. Sobre esta flotaba una suave nube de nata que no tardaría en fundirse. Ella, al verle así, creyendo que era lo que esperaba, se la ofreció.
-No, no, gracias... se me ha quitado el apetito - dijo. Y no era ninguna excusa barata: en cuanto el olor subió por su nariz y llegó a la garganta, esta se cerró. Así, sin más. Eso era... nuestra relación olía a dulce. A chocolate... Basta, por piedad. Demasiadas sensaciones... en ese momento volvía la imagen de ellos dos en la cocina, riendo despreocupados, observando cómo sus tazas daban vueltas en el interior del microondas. Era de madrugada, ese noche había podido quedarse con él hasta tarde. Al día siguiente no tenía que trabajar y se sentía exultante de alegría por poder dormir a su lado. Le observaba apoyado de espaldas sobre la encimera que rozaba justo el final de su espalda. Compartían sus pensamientos, dialogaban abiertamente. Ni un solo ápice de vergüenza en la voz.
Imaginaban con todo lujo de detalles una vida despreocupada, tan solo ellos dos y su mundo. Su burbuja…
El interior del electrodoméstico emitía una suave luz que se mezclaba con la apenas inexistente claridad que entraba por la ventana. Hacía que resaltasen todavía más sus finos rasgos. La sombra de su nariz tapaba parte de su labio inferior, cada vez que desviaba la mirada se proyectaba el dibujo de sus pestañas sobre los pómulos. Los mechones más largos de su pelo le caían a ambos lados de la cabeza, como una cascada, rozándole las sienes. Su sonrisa se convertía en algo sobrenatural, hermosísima hasta el dolor. Estaban tan cerca el uno del otro que cuando reía podía apreciar el dulce aroma de su aliento. Fresco, alegre, sincero. Le dedicaba sus gestos más exquisitos. Se comían con la mirada...
- Oppa, ¿qué ocurre, estás triste? - preguntó con voz melosa, y él la fulminó con la mirada. Había estropeado su fantasía. - Mizu-chan te animará... - Y se acercó. Se había situado peligrosamente cerca desde el principio, y a pesar de que él no daba signo alguno de corresponderla, lo hizo. Inclinó el cuerpo hacia delante hasta poder besarle. Le pilló desprevenido, así que no pudo hacer otra cosa que cerrar los ojos de modo instintivo. Se dejó llevar: su aliento era cálido, se pegaba a su boca cada vez que cogía aire para respirar. Caray, el corazón le latía muy rápido, pudo verlo en sus ojos. Temblaba. Sus labios eran suaves, esponjosos, tiernos... Tanto que durante una milésima de segundo se camuflaron con sus recuerdos, haciéndole dudar de la realidad en la que se encontraba. Qué suspicaz era aquella muchachita, logró mezclarse con su imagen mental. Pero aquellos no eran los besos a los que estaba acostumbrado…
Mientras le daba vueltas a esto, su pequeña acompañante ya había conseguido sentarse sobre él. Deslizaba un dedo insinuante por el cuello de su camisa. Ladeaba la cabeza devorándole con ansia. Mordía, succionaba, observaba con notable atención los escasos efectos de sus actos sobre él. Qué graciosa, le ardían las mejillas. Preciosa, inconsiente, paseó una mano por su pecho hasta llegar a su vientre. Comenzó a desabrochar a tientas su cinturón. Entonces él abrió los ojos, reaccionó. - No pensó - de eso nada, detente. No eres él. ¿Quién te has creído?
- ¡Aléjate, no me toques! - Chilló, histérico. Y acto seguido se sorprendió sentado en la esquina contraria del sofá, frunciendo el ceño, realmente molesto, dispuesto a levantarse – Disculpa, me voy.

Esboza una media sonrisa cargada de tristeza, vuelve a sentir cómo se le encoge el corazón. - Maldita sea.
Entreabre los ojos cuando un rayo de sol le golpea los párpados, viéndose obligado a abrir estos, preguntándose qué hora será. Balbucea rezando porque le escuche. - Me arrepiento a diario... dice sabiendo que suena afligido, aunque su sinceridad ya no es creíble, al menos no a sus ojos…
Con qué facilidad podría haberle hecho feliz. Tan solo cambiando su modo de actuar, tan solo frenándole los pies a un par de personas. ¿Acaso era tan complicado? Niega, llevándose ambas manos a la cabeza, despeinándose, resoplando. No era consciente de la parte amarga de ese plan que aparentaba ser perfecto... Cómo aborrece lo que un día le dijo al amanecer. "Vamos, ódiame. Te he hecho mucho daño, recuérdame como la peor persona a la que has conocido. Quizás así vivas tranquilo."
Se para en seco con la mirada fija en un punto cualquiera del suelo. Piensa: en realidad, lo ha conseguido. Le odia, le ha olvidado, es feliz con otra persona. Lo que no podría haber imaginado es que sería tan doloroso reconocerlo. Las lágrimas regresan, y esta vez se siente sin fuerzas para luchar contra ellas. Simplemente permite que rueden libres por sus mejillas. Jun, te has dado de cabeza contra la aplastante realidad. - Nadie... nadie será capaz de reemplazarle… admite con un hilo de voz que sale todo lo firme que puede de su boca. Ya ni se esfuerza en pronunciar bien, han vuelto a invadirle los recuerdos. No hay nada que hacer. Así que se deja caer en el suelo.

La textura de su pelo, el perfume picante de cada pedacito de su piel de porcelana... sus suspiros, que parecían eternos cuando estaba disgustado. Su mirada al despertar. La manera en que fruncía los labios al ponerse en desacuerdo. El olor a tabaco que inundaba la habitación cuando se enfadaba, tan irritante, pero tan dulce al mismo tiempo... Decía que no le merecía. - Qué equivocado estabas, pequeño... Era él quien tenía suerte de estar a su lado. - Oh, vamos... Al principio, cuando por recelo no quería confiar en él y le costaba la vida confesar sus errores del pasado. Cómo valoró que lo hiciera, que finalmente se abriese, nunca supo lo que le hizo sentir ese esfuerzo por su parte… - Mierda... se siente desaparecer.
Aquellas tardes en que se evadían por completo, en las que no se necesitaban más que el uno al otro. Nada más que sus caricias y sus conversaciones, a menudo carentes de sentido, que le teletransportaban a un universo a parte donde solo existían ellos dos. Qué decepcionante pensar que ahora todo lo que le dijo en su momento le parece mentira… ¿cómo iba a mentirle cuando confesaba abiertamente que su única aspiración era hacerle feliz...? Jamás le había dicho algo así a nadie, jamás lo volverá a repetir. El tiempo que pasó junto a él fue tan único y especial como la primera vez que le pidió que le amase…

Se estremece. Mal augurio. No, no vengáis, por favor… pero vienen, cubiertos por la neblina de lujuria característica que los envuelve.

Él. Él y sus gemidos, su cadera chocando incesante contra la suya, la humedad de su lengua que se conocía a la perfección cada hueco de su boca. Eso sí que será imposible de borrar, haga lo que haga. Porque la magnitud de lo que sentía, de lo que siente, sobrepasa todos los límites. Porque son incontables las veces que le hizo suyo, completamente suyo, hasta que no supo decir más que su nombre, hasta que no le quedó más remedio que abandonarse al placer más instintivo, a la excitación inmediata que el simple roce de cuerpo le provocaba.

Duele, duele muchísimo, demasiado. Si se concentrase lo suficiente podría apreciar cada rasguño de su corazón.

Alto. La bocanada de aire que ha cogido tras dejarse llevar por esa oleada de viejas sensaciones ha traído consigo una nueva imagen. Recuerdo difuso. Trata de enfocar mentalmente... si, no hay duda. Sonríe, la conoce como a la palma de su mano. Ha convivido con ella desde hace semanas, aferrándose con desesperación a todos los detalles que la forman. Es la única que ha permitido que se cuele mientras intenta olvidarle. Reúne los pedacitos hasta darle movimiento.

Es él, tras un duro día de trabajo. A pesar de estar cansado ha corrido al recibidor hasta alcanzarle en cuanto ha escuchado el sonido de la puerta, enganchándose a su cuerpo con pies y manos. Y el que es víctima de tal recibimiento solo puede tratar de sujetarle para evitar que se caiga, mientras piensa que no puede imaginarse cuanto le quiere.
Se balancea, ladeando el flequillo rubio ceniza de un lado a otro. Ha rodeado su cuello con los brazos. La chaqueta le cae holgada espalda abajo, recuerda vagamente el sonido de la cremallera chocando contra las tachuelas de su cinturón.
Habla, pero no le escucha, demasiado preocupado por deleitarse con su mirada. Necesitaba tanto estar a su lado...
Su marido comenta intrascendencias de la vida diaria mientras juguetea con sus labios entre beso y beso. De vez en cuando, ríe entre ellos. Y de golpe, al apreciar el por qué del desinterés de su espectador, se para, ampliando aún más esa sonrisa traviesa. Baja la voz, tira de él en silencio. Espera despertar su curiosidad, lo sabe. Y al final consigue hacer que enarque una ceja intrigado. ¿Qué se traerá entre manos...?
Suelta una risita, su plan ha dado resultado. Estira esos segundos un poco más hasta que su propia impaciencia le obliga a hablar, bajando la voz junto con los párpados, que tiemblan tímidos sobre sus pupilas.
Vamos, dilo, dilo ya...
Y lo dice. Y él no contesta, pero siente que le flaquean las rodillas, que se le acelera el pulso, que se deshará entre sus brazos de un momento a otro.
Lo repite, cuanta crueldad.
Pero esta vez es el oyente quien suplica. ¡Venga! Y se lo pide. Vamos... una vez más.

-Dímelo...
-Te amo.

viernes, 8 de octubre de 2010


El deseo muere automáticamente cuando se logra; fenece al satisfacerse.
El amor, en cambio, es un eterno deseo insatisfecho..

Gustavo Adolfo.

Olas gigantes que os rompéis bramando en las playas desiertas y remotas
envuelto entre la sábana de espumas, llevadme con vosotras.
Ráfagas de huracán que arrebatáis del alto bosque las marchitas hojas
arrastrado en el ciego torbellino, llevadme con vosotras.
Nubes de tempestad que rompe el rayo y en fuego ornáis las desprendidas orlas
arrebatado entre la niebla oscura, llevadme con vosotras.
Llevadme por piedad a donde el vértigo con la razón me arranque la memoria
Por piedad, tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas..

martes, 5 de octubre de 2010

It doesn't hurt me. You wanna feel how it feels? You wanna know, know that it doesn't hurt me? You wanna hear about the deal I'm making? You, you and me. And if I only could make a deal with God and get him to swap our places. Be running up that road, be running up that hill, be running up that building. If I only could.. You don't want to hurt me but see how deep the bullet lies. Unaware that I'm tearing you asunder. There is thunder in our hearts, baby. So much hate for the ones we love? Tell me, we both matter, don't we? You, you and me. You and me won't be unhappy. And if I only could make a deal with God and get him to swap our places. Be running up that road, be running up that hill, be running up that building. If I only could.. C'mon, baby, c'mon darling, let me steal this moment from you now. C'mon, angel, c'mon, darling, let's exchange the experience. And if I only could make a deal with God and get him to swap our places. Be running up that road, be running up that hill, with no problems.. If I only could, be running up that hill. Escúchala.

La noticia estaba muriéndose, se estaba quedando sin oxígeno. Mi madre vivió en su vida muchos bulos sobre amantes, sobre su carácter profesional tiránico (aunque eso no fuerra falso) y sobre su muerte.
Creo que la mataron cuatro veces en su vida. Ella siempre me decía que aquello la rejuvenecía, que le servía para hacer balance de su vida.
Solía comentar que era como una autopsia en vida. Ella creía mucho en este tipo de autopsia...
Con dieciséis años me habló de las autopsias sexuales. Me contó que estaría bien que cada cinco años nos practicaran una. Que nos quedáramos muy quietos y alguien nos dijera qué parte de nuestro cuerpo no había sido acariciada; cuántos besos habíamos recibido; si había sido más querido una mejilla o una ceja o una oreja o los labios.
Una autopsia en toda regla, pero con nosotros vivos, aunque inmóviles.
Ella se lo imaginaba y le gustaba pensar que alguien, tan sólo mirando nuestros dedos, supiese si habían tocado con pasión o simplemente por rutina. Si nuestros ojos habían sido mirados con deseo o nuestra lengua había conocido a muchos congéneres. Además, podríamos saber cuáles fueron nuestros mejores actos sexuales, al igual que en un tronco cortado vemos cuándo soportó grandes lluvias o sequías. Quizá a los diecisiete, a los treinta, a los cuarenta y siete. Quizá siempre en primavera o casi siempre cerca del mar.
¿Cuántos mordiscos, cuántos susurros, cuántos chupetones hemos sentido? Un cómputo de números sobre nuestro sexo, nuestra lujuria, nuestro placer solitario.
Y según ella, lo mejor era que cuando acabase esa autopsia sabríamos que estábamos vivos, que podíamos mejorar y lograr que nos acariciasen, que deseáramos, que amáramos y nos amasen.


Albert Espinosa, Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo.
Dani estaba enamorado de mí; lo sabía desde que nos vimos por primera vez. Mi madre me enseñó desde pequeño a aceptar que los sentimientos que sentían por nosotros otras personas, aunque no los correspondiéramos, eran importantes.

-Debes comprender que ese amor no deseado, ese deseo no correspondido, es un gran regalo que te hacen - me dijo en un largo viaje en tren entre Barcelona y París -. No lo desprecies simplemente porque no te sea útil.

Yo era muy joven y no lo comprendía. Ella, en cambio, había vivido esos amores de los que hablaba. Mucha gente había estado enamorada de ella. Su danza, su forma de bailar, sus coreografías despertaban todo tipo de pasiones, en las que se mezclaban el amor y el sexo.
Desde pequeño, yo veía como ella trataba con afecto a esos enamorados, aunque no sintiese nada por ellos. Pero parecía que el simple hecho de que ese sentimientos por ella fuese real, la alimentaba y hacía que se sintiera más completa.
Había hombres y mujeres enamorados de ella. Y eso jamás le importó.

-No pienses en tendencias sexuales - puntualizó un día-. Las tendencias tan solo reflejan miedo a la diferencia y a lo que no comprendes. Tan solo debes aceptar que están proyectando en ti un sentimiento.

Yo creo que ella jamás se acostó con una mujer, aunque no puedo estar seguro, ya que ella comprendía y le llenaban profundamente esos sentimientos que volcaban sobre ella; le importaba poco de quien procedieran.
También me enseñó a notar, a distinguir y a comprender qué gente se enamoraba o te deseaba en secreto. El amor está soldado al sexo o el sexo al amor, me decía. Había que buscar el punto de soldadura.

-Marcos, debes encontrar pistas de ambos sentimientos en la gente que te rodea. Adelantarte a ese deseo, a esa pasión, antes de que ellos te confiesen ese sentimiento. Los deseos ocultos son el motor de la vida.

Albert Espinosa, Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo.

viernes, 1 de octubre de 2010

つかさ.

- ¿Sabes? Pensé que deberías saberlo.
- ¿Saber qué?
- Que alguna vez fuiste feliz conmigo.

Deads poets society.

La verdad es como una manta que siempre te deja los pies fríos. La estiras, la extiendes y nunca es suficiente. La sacudes, le das patadas, pero no llega a cubrirnos. Y desde que llegamos llorando hasta que nos vamos muriendo sólo nos cubre la cara, mientras gemimos, lloramos y gritamos..
Por ello, alguna vez, cuando voy en avión y presiento que alguien vuela por primera vez no le quito ojo de encima. Se nota que disfruta tanto: sentir el despegue, la rutina del vuelo a 11.000 metros y el pánico del aterrizaje. Intento que me inunde su pasión, sus miedos, su primera vez. Sí, lo reconozco, soy un poco vampiro de emociones primarias.

Albert Espinosa, Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo.
Me miraron de arriba a abajo. Creo que les sorprendió que fuera descalzo. O quizá no... La verdad es que siempre que me siento diferente pienso que el resto del mundo se dará cuenta, pero la mayoría no se da cuenta de nada.

Albert Espinosa, Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo.
- Idiota, está enamorada.
- Pero si no la conozco.
- ¡Claro que la conoces!
- ¿Desde cuándo?
- Desde siempre... en tus sueños.
-Así que un doloroso amor de kilómetros. Vaya, nunca me habría esperado eso de ti.
-¿Por qué no?
-No te creo lo suficientemente fuerte.
-Yo tampoco me lo creía al principio, pero he aprendido a serlo con el tiempo.
-No, ya, después de todo lo que me has contado estoy completamente seguro de que eso es cierto... ¿estáis juntas?
-Nada de ataduras...
-Tal como suena sobreentiendo que si pero que no queréis decirlo para que no duela más. No agaches la cabeza ¿eh? Mírame. ¿La quieres?
-Si.
-Qué rotunda. ¿Te quiere?
-A veces...