Lo esencial es invisible a los ojos.

lunes, 26 de abril de 2010

Odio mi habitación. Todo en ella me recuerda a otra cosa. El pequeño cuenco de porcelana de St. Ives. El tarro de cerámica marrón donde mamá guardaba las galletas. El perro dormido con su pantufla que tenía la abuela en la repisa de la chimenea. Mi manzana verde de cristal. Todo acaba en la hierba salvo el perro, que se estrella contra la valla.
Los libros se abren cuando los lanzo al vacío. Sus hojas aletean como aves exóticas , se rompen y bajan revoloteando. Los CD y DVD pasan como frisbees por encima de la valla. Que se los ponga Adam a sus nuevos amigos de la universidad cuando yo haya muerto.
Edredón, sábanas, mantas, todo va fuera. Los frascos y cajas de medicamentos de mi mesita de noche, la jeringuilla mecánica de infusión subcutánea, la crema Diprobase, la Aqueous Cream. El joyero.
Rayo el puf, decoro el suelo con bolas de poliestireno y arrojo la bolsa vacía a la lluvia. El jardin está muy animado. Crecerán cosas. Árboles de pantalones. Vides de libros. Luego me tiraré yo misma por la ventana y echaré raíces en esa franja oscura que hay junto al cobertizo.

Jenny Downham, Antes de morirme.

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