Lo esencial es invisible a los ojos.

domingo, 2 de mayo de 2010

Pequeña insensible.

Dibujo desde que tengo uso de razón. Miro hacia atrás y me veo siempre plasmando frenética todo lo que se me pasaba por la cabeza. El lápiz era y es una extensión de mi brazo derecho.
Dibujaba sentada, de pie, en la cola del supermercado, en la biblioteca, en clase, viendo la televisión, en la cama, en el sofá, comiendo.
Dibujé paisajes, óleos, acuarelas, a carboncillo, a lápiz, a rotulador, a témperas, a colores, incluso manga.
Dibujé en libretas, en blocs, en A3, en tela, con lienzo y caballete.
Y dibujo casi siempre chicas, normalmente mujeres dulces y hermosas, famosas actrices o cantantes que con sus rasgos naturales consiguen fascinarme hasta el punto de querer que sean mis modelos.
El arte siempre ha sido algo muy importante en mi vida, una forma de expresión tan válida, mágica e imprescindible como es la música. Dibujaba y dibujo para evadirme, para olvidarme del resto del mundo, para realizarme. Es lo único que consigue absorverme de tal manera que hasta que termine cualquier cosa que ocurra a mi alrededor deja de tener relevancia. Durante unas cinco horas dejo de ser yo para ser ese alguien que tiene la inmediata necesidad vital e inexplicable de crear sobre la nada que es el papel.
Sin embargo y aunque dibujo por amor, nunca en mi vida regalé mis creaciones. Porque sentía la necesidad de guardar todo para pasado un tiempo mirarlo y ver la evolución de los trazos, de las líneas y de los detalles. Jamás di ninguno.
Hasta que llegaste tú.

Te colaste en la parte artística de mi corazón y te convertiste en una platónica y excepcional musa, modelo y amante. Anhelaba dibujarte.
Y lo hice, un retrato. Tú tumbada en el suelo, pelo corto revuelto, flequillo recto, ojazos azules... Una noche entera con el corazón saliéndose incontroladamente feliz de mi pecho.
Tú, y la mano se deslizaba sola. Tú, y subía el volumen de la música y me destapaba. Tú, y sudaba y me recogía el pelo y resoplaba. Tú, las cinco o las seis de la mañana, y te tenía delante de mí. Ocupaste toda la hoja, entera, con tus pupilas satisfechas de formar parte de mi trabajo. Pasión creativa. Me hiciste sentir realmente orgullosa. Te agradecí tanto el haber aparecido en mi vida que decidí, en pleno ataque de ebullición emocional, regalártelo. Para ti, para siempre. No existe copia ni foto, es único y especial como tú. Feliz navidad preciosa, te quiero, es tuyo. Un trocito de mi corazón hecho papel ¿no lo ves? No tengo una manera mejor de demostrarte cuanto te adoro.

Pero decidiste enfadarte conmigo antes de que le diera tiempo a llegar al sur y nunca más volvimos a hablar de ello. De mi dibujo. De ese pedazo de alma que te envié con todo el amor del mundo. Sabías lo que significaba para mí, lo sabías y nunca dijiste nada. Nada. Cuando volvimos a hablarnos dejé que pasara el tiempo esperando a que quizá algún día lo recordaras. Siendo paciente mientras sentía la angustia que me llevaba a pensar que podría estar en la basura. Debería odiarte, pequeña insensible, qué destino tan cruel y miserable para un cachito de mi ser... Malvada musa, ¿no crees?...

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